Saturday, March 17, 2012



¿Qué? ¿Qué el celeste no es etéreo?
Entonces Dios bajó del cielo, con su caminar pausado, su ilustre bastón quebrajado por los trastes de la infinita eternidad y desplazándose con una plácida paciencia capaz de de volver loco al santiaguino más relajado.
El hereje, intrépido y lánguido como lagartija, tenía la faz blanca y yacía  lívido en el suelo de azufre. Las fumarolas daban un aspecto fantástico sacado de una historieta o de la peor pesadilla del papa. Dios movió al hombre con su bastón. Salió vapor.  Se oyeron las súplicas de perdón. No pasó nada. El divino estaba inquieto,  su trabajo se tornó una interrogante ¿cómo otorgarte perdón? Hoy me juzgan a mí. No bajé por ti la verdad. Todos pueden enamorarse, a mi no se me está permitido.
La Maldición del supremo se ponía en evidencia y repentinamente era reducido  y denigrado por risas demoniacas de unos cuantos entes monstruosos. Subió al mundo común y corriente, miró. Nadie le reconoció. Se lamentó de sentir. Volvió a subir y se sentó a esperar la otra eternidad. Ojalá fuera más dulce.












2011

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