En la mañana
Cuando llegan, sigilosamente se van acercando. De a uno. La más astuta
empuja la puerta que se encuentra junta por el miedo a los terremotos, y sus
delicados pasos son casi imperceptibles. Ya no está tan delgada ni joven, pero
sigue siendo hermosa y desbordando majestuosidad. Sin vacilar, de un salto
seguro sube a la cama donde yo aún duermo. Este es un ritual que adoro aunque
percibo la mitad de manera inconsciente, y conozco tanto a esa felina que sé
cómo se comporta frente a las más diversas situaciones.
Ya en mi lecho, comienza una
divertida danza con sus patas sin mover su torso por un largo rato,
generalmente ahí es cuando despierto y escucho un suave ronroneo
característico, “Ah es la Canela”. Luego se recuesta. Me gusta cuando lo hace
cerca de mi pecho. Que rico ese gatuno calor matutino.
Un poco después entra el
Clemente, claro él es más audaz y pasa casi corriendo, ya de partida resoplando
por la nariz. Sin ningún cuidado. Me lo
imagino desplazándose rápidamente por la habitación con su panza colorina
meneándose de lado a lado. Se va al colchón que se encuentra debajo de mi cama
y hace su bailecito con un ronroneo irregular y muy fuerte, a veces le salen unos silbidos. No puedo evitar reírme.
A veces mi mamá me cuenta que
cuando la puerta de mi pieza está cerrada, la Canela se queda esperando afuera,
mirando la manilla. El Clemente no, se va a buscar otro lugar donde vegetar.
Como quiero a esos gatos, sus pelos completan partes de mis partes. Ojalá nunca
dejasen de existir sus colas movedizas y sus agudos maullidos.
2011
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